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sábado, 1 de febrero de 2014

José Mujica, un Presidente Ejemplar

Por Eduardo Martínez Benavente

Sin garbo ni gracia, desaliñado, inflexiblemente austero e informal, con el personalidad e indumentaria de un obrero jubilado o la de viejo maestro rural; pero auténtico y ejemplar es el presidente de Uruguay, José Mujica, cuya sencillez, cultura, decencia y ausencia de bienes materiales -que muchos le admiramos- contrasta radicalmente con el metrosexualismo, arrogancia, ignorancia, falsedad y derroche que caracterizan al presidente Enrique Peña Nieto. Y pensar que el ex guerrillero lo ha tenido que soportar en varias ocasiones por razones de Estado y diplomacia. La última, el pasado lunes, cuando el priista lo condecoró con el collar del Águila Azteca, la mayor distinción que el estado mexicano otorga a un extranjero, durante su encuentro en la Habana para participar de la II Cumbre de la CELAC. A quien reconoció como un agente transformador de su país, quizás por haberse atrevido a legalizar el consumo y venta de la mariguana, lo que le parece inaceptable para México. Era de esperarse que el uruguayo en reciprocidad también le entregara su equivalente, la Orden de la República Oriental del Uruguay, pero no lo hizo, y si más adelante lo tiene que hacer, seguramente que será su canciller el que lo represente.

Hay otro encuentro que exhibe sin tapujos la personalidad de estos mandatarios. Fue hace un año, cuando Peña Nieto le dio un "aventón" en el avión presidencial rumbo a Montevideo después de haber asistido en Chile a un evento de la Cumbre de Estados Americanos y Caribeños porque Mujica se mueve en vuelos comerciales con una pequeña comitiva, no tiene avión y se hospeda en hoteles baratos. En las imágenes que difundió Peña Nieto en facebook se puede ver a los dos personajes sentados uno al lado del otro en el avión, frente a la mirada atenta de sus secretarios de Relaciones Exteriores. El mexicano sin quitarse el saco ni la corbata gesticula y mueve las manos con su estudiada actuación sin voltear a verlo, como tratando de explicarle o presumirle algo. El uruguayo en camisa, sin corbata y con un saco azul que no le alcanza a cubrir la magnitud de su abdomen lo escucha cabizbajo, como midiéndolo, pegado a la ventanilla. Un jefe de Estado cuando conversa con algún funcionario de alto nivel y más si se trata de un presidente, recibe de sus asesores un cuidadoso expediente en el que se exhiben todas las debilidades y fortalezas de su interlocutor. Seguramente que Mujica sabía que dialogaba con un farsante inculto y banal que quería impresionarlo, sin antecedentes de lucha social y producto de una campaña publicitaria que lo había llevado al poder auspiciada por un grupo de políticos y empresarios sin escrúpulos que se han enriquecido brutalmente y que aspiran seguir controlando al país. Por otro lado, Peña Nieto había leído o más bien le habían platicado porque no se le da la lectura que su acompañante está considerado como el único dirigente político actual en el mundo que practica al máximo nivel el ejemplo de honradez, ética, y compromiso social que cualquier ciudadano le reclamaría a los que le representan. Un ejemplar único en la clase política a ese nivel. También le habrían dicho que el uruguayo es uno de los iconos más venerados y respetados por la izquierda en el mundo.

Con toda seguridad le informaron que el presidente de Uruguay, de 78 años, vive en una pobre granja rural de un humilde barrio de Montevideo de apenas 45 metros cuadrados de construcción con su mujer que es senadora, sin mayores medidas de seguridad y sin servicio doméstico. Que ellos cocinan sus alimentos. Que donan el 90% de su sueldo para viviendas sociales. Que su vehículo oficial es un turismo austero y el particular un viejo Volkswagen. Que formaron parte en los años sesentas del Movimiento Tupamaro en el que participaron de manera activa por lo que fueron encarcelados y torturados durante la dictadura cívico-militar (1973-1985) y liberados gracias a una ley de amnistía con la vuelta de la democracia. Que suele viajar al extranjero en compañías aéreas de bajo coste y asiento turista. Que ordenó vender una residencia oficial de veraneo para el presidente. Que ofreció el palacio presidencial a los indigentes como refugio para el crudo invierno, y en el mismo sitio y con las mismas personas además de otros marginados celebró la cena de Navidad. Que impone a los cargos de su partido topes salariales iguales al sueldo medio de un obrero de la industria de su país, y la corrupción en los organismos oficiales de Uruguay es prácticamente inexistente. Un país que se adelantó en otorgar el derecho de voto a las mujeres (1927), el divorcio (1917) o en extender la educación gratuita, obligatoria y laica.

Es una lástima que no se hayan dado a conocer los pormenores del diálogo que sostuvo con el Papa Francisco cuando el pasado 1 de junio se reunió con él en el Vaticano. La entrevista, que duró 45 minutos, ha sido la más larga concedida a un mandatario. Seguramente que las experiencias y conocimientos que compartieron hubieran sido muy reveladoras; así como el trato informal que se dispensaron. Mujica es ateo y proviene de un país laico. Ha reconocido que. “Aunque me estoy acercando a la muerte todavía no he podido creer en Dios". Se le ha comparado con el argentino por la austeridad, tolerancia y sencillez de ambos. No asistió a la misa de inauguración de su pontificado y del que en un principio dijo que sólo tenían en común su pasión por el tango y el mate, pues la campaña de desprestigió que se desató en un principio en contra Bergoglio -porque supuestamente había apoyada a la junta militar de su país-  lo había afectado y lo hacía incompatible con su vecino. Al poco tiempo se convenció de que las acusaciones eran falsas y buscó al Papá para saludarlo y compartir con el rioplatense una visión social de Latinoamérica muy parecida a la suya. Su visita transcurría en un momento en el que en Uruguay se han aprobado dos leyes muy polémicas que combate la Iglesia Católica: las bodas de parejas homosexuales y la despenalización del aborto.



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